No me había pasado nunca tener que escribir desde la emoción, en ausencia de ésta hacia el objeto del escrito. No he estado en la vivienda ni he conocido a los que la habitan, a pesar de haber cruzado trescientas ochenta seis palabras por teléfono con ella hace cosa de dos horas, mientras comía lo que sonaba como lechuga y tomates cherry.
Son clientes que nos vienen recomendados por la clienta de una vivienda, en la misma finca, y tal vez por eso podemos juntar ambas historias e imaginar el más feliz de los desenlaces.