Pedro Mecinas: un vuelo creativo en el corazón de Catarroja
Nos tomamos un café en el Mercado de Catarroja en Valencia, un bello rincón que Pedro Mecinas ha transformado con sus pinceles.

Pedro Mecinas, artista valenciano con la mirada puesta en la naturaleza y el alma en cada trazo, nos invita a un viaje por su universo creativo, donde las aves autóctonas son mucho más que un bonito dibujo. Son un mensaje, un grito, una invitación a la reflexión.
Háblanos de ti y tu trabajo. ¿Dónde nació tu vocación?
Desde niño, el arte, la pintura y los animales han sido mi mundo. Siempre he pintado y he estado conectado con la naturaleza, no concibo la vida sin ellas. Mi vocación nació de forma natural, porque es lo que siempre me ha gustado, y mi madre siempre lo potenció. En el fondo, sigo siendo el mismo niño, pero ahora lo que hago tiene un sentido dentro de la sociedad.

¿Qué es lo que más te satisface de tu trabajo? ¿Hay alguna obra de la que te sientas especialmente orgulloso?
Sin duda, lo que más me gusta es que la gente conecte con mi trabajo. Pinto y hablo de naturaleza porque me gusta y lo considero necesario, pero no lo hago desde un punto de vista egocéntrico. Quiero que las personas conecten con los animales y el medio ambiente, que lo lleven a su terreno. No quiero que vean una obra mía como algo ajeno a ellos, sino como parte de ellos.
El arte, hoy en día, tiene que generar vínculos bidireccionales, ir más allá de hablar de uno mismo o de un «mundo interior y personal» que, al final, se queda solo en eso.

«Quiero hacer obras que se encuentren lo más alejadas posibles del ego, que las personas conecten con ellas porque muestran sentimientos humanos que todos tenemos.»
Pedro, ¿cómo llegas a Catarroja y qué representa para ti este lugar hoy?
Llegué a Catarroja por casualidad. Mi mamá vio una casa que le gustó, y como estábamos huyendo de la ciudad, acabamos aquí. ¡Y qué suerte! Es un pueblo muy afable y receptivo con el arte, muy humano en general. A nivel de administración, hay grandes profesionales, pero sobre todo, grandes personas trabajando para los demás.


Tus obras están repletas de aves autóctonas. ¿Qué simbolizan para ti?
Siempre que pinto aves, intento que sean las del lugar donde estoy creando. Quizás sea una manía, pero no veo lógico, por ejemplo, pintar un ave de Latinoamérica dentro del Parque Natural de la Albufera. Pinto aves autóctonas porque considero que es crucial cuidar nuestro entorno. Muchas veces fantaseamos con lugares lejanos y exóticos —yo el primero— y no nos damos cuenta de lo maravilloso que tenemos aquí y que merece la pena cuidarlo y respetarlo. Enseñar eso a través de las aves es lo que más me importa.

¿Tienes una especie favorita, una con la que te identifiques más?
Sí, a nivel de aves, tengo algunas que me encantan. El arrendajo es una de ellas, es de la familia de los córvidos —me gustan todos— y tiene cualidades muy peculiares, como la de esconder frutos en el bosque que luego olvida y que acaban brotando. Son listísimos. Las rapaces también me gustan, y luego hay muchísimos «pajaritos» preciosos con cualidades únicas. Realmente me gustan todos, pero sobre todo, me atraen esas especies de aves que la gente desprecia, como las palomas. No le han hecho nada a nadie, pero culturalmente han sido maltratadas toda la vida, solo por existir.

¿Qué quieres que sienta quien se encuentre con una de tus pinturas de aves en la calle?
Quiero que empatice, más allá de ver algo bonito. El arte bonito y bien pintado me cansa, la verdad. No digo que no tenga mérito, por supuesto que lo tiene… pero hoy en día no me basta con ver algo bien hecho, tiene que «trascender».
En las aves que pinto hay un significado que tiene que ver con el medio ambiente, con los ecosistemas y con el planeta que habitamos, porque no hay otro y tenemos que cuidarlo. Intento que la gente reflexione sobre todo eso.
¿Cómo es tu taller? ¿Qué objeto o rincón no puede faltar en él?
Cuando no pinto murales en espacios públicos, lo hago en un cuarto pequeño en la terraza. En invierno hace mucho frío y en verano directamente no se puede estar, así que me apaño como puedo. Como estoy acostumbrado a pintar en la calle, digamos que tolero bastante bien las condiciones atmosféricas (risas). En el lugar que trabajo no puede faltar un buen altavoz con buena música.


Si tuvieras que elegir una pieza de tu casa o de tu estudio que hable de ti, ¿cuál sería y por qué?
Sin duda, elegiría un cuadro que tengo colgado de mi abuela vestida de novia,, porque eso está por encima de cualquier cuadro, obra u objeto. Y habla mucho de mí.

¿Cómo fue la experiencia de intervenir el Centre Cultural del Carme y el Oceanogràfic?
En el Oceanogràfic trabajan grandísimos profesionales que, además, tengo el privilegio de tener como amigos. Ellos me han ayudado desde el inicio, cuando me costaba diferenciar especies o cuando sabía prácticamente poco o nada de aves. Para mí, pintar allí significa formar parte de ellos y de sus líneas de investigación. Supone llevar lo que hago a un campo de personas que respeto y admiro.
El Centro del Carmen ha sido la mejor experiencia a nivel laboral de mi vida hasta la fecha. Todas y cada una de las personas que trabajan allí son maravillosas, desde la gerencia hasta los seguridades de sala, pasando por técnicos y educadores, con los que hice amistad, todos ellos hicieron que me sintiera como en casa.
Pude llevar mi trabajo a un lugar donde llegara a más gente, pero sobre todo el lugar creo que hizo que el mensaje «Alçar el vol» se comprendiera bien, y esto es lo más importante de todo, que la gente lo hizo suyo.


«En las aves que pinto hay un significado que tiene que ver con el medio ambiente, con los ecosistemas y con el planeta que habitamos, porque no hay otro y tenemos que cuidarlo.»
¿Cómo surgió la idea de la obra?
En un mundo tan capitalizado y egoísta, ser capaz de dejar eso de lado —nuestras diferencias— para mirar todos en la misma dirección, apoyarnos y, en definitiva, «estar bien», me parece algo increíble, aunque solo suceda durante unos instantes. La idea me vino del comportamiento que tienen las aves cuando están en grupo y deciden alzar el vuelo todas a la vez: es algo mágico.
Esa metáfora del mundo animal es la que extrapolo al ser humano, pensando que si observásemos a la naturaleza más de cerca podríamos llegar a encontrar las claves como ejemplo para una buena convivencia con nuestros semejantes.
¿Cómo viviste ese proceso tras la DANA y en este contexto social?
Fue un proceso muy complicado. Tristeza y ansiedad de la mano, pero también de canalización a través del proyecto, del arte y, sobre todo, de las personas que me han ayudado. También alguna decepción, pero esto forma parte de todos los procesos, creativos o no.


¿Crees que el arte puede ser un refugio o una forma de reconstrucción para una comunidad tras un momento difícil?
Siempre pienso que el arte es una cosa que no sirve para nada y que al mismo tiempo sirve para todo. Para mí es absolutamente esencial, de hecho, creo que es más importante que otras cosas que supuestamente se consideran importantes. En los momentos felices es una clase de ocio maravilloso donde realizas una actividad que no tiene nada que ver con ganar dinero. Me fascinan las cosas que el dinero no puede comprar, y el arte —cuando se hace de verdad— está al margen de ello. Otra cosa es vivir del arte, pero ese es otro tema.
Ahora bien, cuando la vida se tuerce y estamos en un momento triste, todavía es más esencial, porque el arte es una forma de canalizar esos sentimientos negativos. A mí me ha salvado de la DANA, porque he convertido esas emociones tristes en obras que han lanzado un mensaje. Un mensaje que no es mío, sino de todos. Es maravilloso que la gente conecte con colores, formas y dibujos en un momento triste y que me digan que eso les ha hecho sentir mejor.

¿Qué te emociona cuando piensas en cómo la gente convive con tus murales?
Me gusta que la gente haga suyas mis obras y los mensajes que tienen. Quiero hacer obras que se encuentren lo más alejadas posibles del ego, que las personas conecten con ellas porque muestran sentimientos humanos que todos tenemos.
Esta entrevista la hacemos en el bar La Masereta, dentro del Mercado de Catarroja, un lugar que tú mismo has pintado. ¿Qué vínculo tienes con este espacio?

El vínculo que tengo con este espacio es que su maravilloso dueño, Julián, ha creado un lugar agradable donde conversar, tomar un vino o picar algo. Es un sitio donde se está a gusto y encima está ubicado dentro del mercado municipal de Catarroja, un lugar que me encanta y donde cobra sentido la expresión «fer poble».
¿Qué te inspira de los espacios cotidianos como este?
Me inspira la gente que los habita, sus emociones, pensar que son lugares que todavía conservan una esencia analógica de otra época y que no están tan contaminados por la velocidad que nos atrapa hoy en día. En estos lugares todavía se vive la vida con un poco de calma.
¿Qué proyectos tienes entre manos?
Actualmente estoy trabajando en distintos proyectos de mediación a través del arte, que compagino con encargos a empresas y particulares, y también trabajos sencillos de pintura y rotulación. Voy a ampliar el proyecto Ocells de l’Albufera, pero eso todavía está en germen: detrás del uno, el dos.

¿Dónde te gustaría ver volar tus próximas aves?
Me encantaría cualquier lugar donde las aves y su mensaje puedan llegar a más público. Desde la Albufera, el museo, hasta locales personales de gente que trabaja en ellos, sus hogares, etc. Cualquier lugar es bueno, realmente.
¿Qué suena cuando pintas? ¿Hay alguna música que te acompañe siempre?
Sobre todo música electrónica: techno, house, trance, Oscar Mulero… A veces también escucho mucho rap y R&B.
Color, llibre i disc favorits. Per aquest ordre!

Cosa que ens vulguis explicar i que no t'haguem preguntat. Parla ara o calla per sempre!
Podría añadir una frase que siempre dice mi madre y que considero esencial: Vive y deja vivir. No creo que sea tan difícil, la verdad.
Pedro nos recuerda que el arte no es solo una cuestión de estética, sino de conexión, de mensaje y de convivencia. Sus aves, que parecen haber nacido del propio aire de la Albufera, nos invitan a mirar más allá del trazo: a escuchar lo que el entorno nos quiere decir y a cuidar lo que tenemos cerca.
