
Míriam Vidal
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Era uno de los muchos turistas que se enamoró de la Costa Brava: el arquitecto belga decidió hacerse una casa. Justo allí donde acaba el núcleo del pueblo, en medio de los pinos, por donde pasa el río y desemboca en el mar, donde solo se necesitarían dos pasos para estar en la playa, aquella tan dorada: la Platja d’Aro.
Él, sin saberlo, representaba uno de los ingredientes de la fórmula del momento, el boom turístico; el segundo ingrediente fue la misma costa mediterránea y el tercero la arquitectura que recuperaba sus principios racionalistas. ¿Y el resultado? Esta casa, un testimonio más del Movimiento Moderno.
Gracias al grupo de arquitectos del GATCPAC, entre ellos Josep Claret en Platja d’Aro, a partir de la primera mitad del siglo XX se difundieron los principios racionalistas y vernáculos de la arquitectura. Así, hoy tenemos una casa que se implanta en el territorio respetándolo, conservando el pinar. De hecho, los pinos casi forman las fachadas principales de las calles del barrio... La vivienda se relaciona con el exterior mediante estos grandes ventanales, porches y terrazas, tiene unas formas simples y una funcionalidad exigente...
Ahora la casa tiene más vecinos que cuando vivía el arquitecto belga, pero no ha perdido el encanto y la situación privilegiada: el río, los pinos, el mar... y la arena dorada.