Quedo con el propietario en el corazón de la ciudad para que me entregue las llaves de su casa. Es un hombre muy elegante que huele la mar de bien. Su riquísimo aroma me acompaña durante todo el trayecto y atravesando la ciudad, llego anestesiada a su vivienda en el barrio de Les Corts.

Al entrar, me embriaga de nuevo su perfume, una mezcla dulzona de higos y copaiba que me transporta, al instante, a un paraje exótico. Voy sacando fotos danzando por la casa, siguiendo la luz penetrante e imaginándole disfrutando de su hogar, sentado en la chaise longue como un marajá oriental en su particular harén urbano.

Dos cuervos me vigilan desde lo alto de una estantería, guardianes de la casa, ellos son mis confidentes. ¿Es esto el paraíso? -Les pregunto. No me contestan, recelosos de mi presencia, prefieren guardar los secretos que tan lujosa vivienda atesora.