Santa Catalina de Alejandría fue una mártir de los primeros años del cristianismo, de aquellos a los que su fe les hacía salir milagrosamente ilesos de cualquier tormento excepto la decapitación, como Christopher Lambert en Los Inmortales. Pasados los años, los historiadores han puesto en duda no solo su inmortalidad, sino la existencia misma de la santa. Dicen que algún listo se inspiró en Hipatia, una tía griega muy guay pero nada milagrosa, y lo mezcló con la tradición medieval de atribuir poderes mágicos a los mártires cristianos.

Si algún día la historia pone las cosas en su sitio, propongo mantener el nombre de la plaza y dedicarla a Caterina Valente, una santa contemporánea del mundo musical, cuyos bailes y sus canciones políglotas tienen mucho más en común con el espíritu moderno, alegre y multicultural de este barrio.